Elisabeth Kübler-Ross (1926-2004), psiquiatra suiza, experta en los procesos de muerte y cuidados paliativos, escribió varios libros sobre la muerte y los moribundos, dando una gran difusión a la atención de las personas en procesos cercanos a la muerte. A la que debemos una aproximación al conocimiento del duelo como una fase especial de la vida a la que se le debe una atención específica.
Fases del duelo
Elisabeth Kübler propone una serie de fases o etapas por las que las personas en duelo suelen transitar y que merecen una atención para su elaboración y evolución natural.
Sin que tengan que seguir una correlación exacta, a excepción de la primera, el shock, las otras etapas pueden variar y, en muchas ocasiones, volver a reaparecer una vez parecía que se habían traspasado.
1. SHOCK
Es un primer impacto brutal que provoca un estado semejante al shock. Suele ser un primer estado de adaptación psicoemocional del organismo que se protege de esta agresión tan fuerte que se necesita producir un colapso en el que no se llega a creer que esto está pasando.
La fase de shock no suele durar mucho, ya que es la reacción al primer impacto de la noticia de que el ser amado ya no estará nunca más entre nosotros.
Aunque la muerte esté anunciada por una larga enfermedad o por otras circunstancias, el momento de la noticia suele ser de gran intensidad y la necesidad que surge es la de incredulidad.
Se puede entrar en una búsqueda, como si lo que me están diciendo, incluso lo que estoy viendo, no fuera posible y si busco voy a encontrar a esa persona en algún lugar en el que se había escondido y así constatar que todo es un error.
Tras la ceremonia funeraria que se vive como algo irreal y el aterrizaje a la vida normal del día a día, con la ausencia del ser querido, se hace difícil aceptar que esa persona ha desaparecido definitivamente y que no se la volverá a ver jamás. Por ello es tan importante cómo se dan las llamadas «malas noticias». La comunicación del fallecimiento de un ser querido debe ser respetuosa y llena de suavidad y atención.
2. NEGACIÓN
La negación es adaptativa, ya que vamos a negar lo sucedido hasta que tengamos las fuerzas o la valentía de enfrentar y empezar el camino que nos lleva a la aceptación de la realidad.
Es fluctuante en cuanto en ocasiones se niega algo de lo evidente y al cabo de poco se da por sentado que eso es así. Puede ser sutil, por ejemplo, cuando una persona habla en presente de la persona fallecida, como si continuara formando parte de su vida en estos momentos y quizás en la misma conversación vuelve a utilizar el pasado cuando hace referencia al fallecido… Como si por momentos todavía no se estuviese creyendo la realidad y a los pocos minutos ya entrara en esa verdad.
Es muy frecuente la negación en las personas que no han podido ver al fallecido una vez muerto. Por eso se aconseja, sobre todo a los familiares y amigos que lleven tiempo sin ver a esa persona, que puedan ver su cuerpo aunque ya hubiera muerto. Personas que viven lejos del moribundo o del fallecido de forma repentina y que no pueden viajar al funeral o que llegan cuando ya ha sido enterrado, pueden pasar tiempo, incluso años, como en una especie de sensación de que en cualquier momento aparecerá esa persona y a veces se confunden creyendo que lo han visto porque se encontraron a alguien que vestía semejante o se parecía de lejos.
Cuando alguien está en negación, hay que tener paciencia y esperar a su lado a que la persona vaya reaccionando y atreviéndose a reconocer lo que ha sucedido y poder verse en el dolor de la pérdida.
Muchas personas se quedan crónicamente o en bloqueo en una de las fases del duelo porque internamente se intuye que si traspasan ese enfado, o dejan de negar, detrás de ello aparecerá algo que es «el dolor de la pérdida» y se percibe como algo que no será soportable y también porque cuando entramos en el dolor es la forma de empezar a aceptar la realidad de la pérdida.
No es recomendable insistir en hacer ver al doliente lo que no quiere ver. La insistencia, lo único que consigue es que la persona se aferre más a su irrealidad y entre en lucha contra todos y contra todo.
Para entender la negación solo tenemos que reflexionar sobre nosotros mismos y darnos cuenta en tantísimas ocasiones que aunque tan solo sea por unos momentos hemos negado una realidad que era evidente. Pues ahora imaginemos que esa realidad es la muerte de la persona que más amemos en estos momentos y fácilmente nos haremos una pequeña idea de lo que deben estar pasando esas personas a las que sí se les ha muerto su ser amado.
3. IRA
Ante determinados estímulos surgen oleadas de intensas emociones que pueden ser rabia, culpa, confusión, tristeza, desolación, etc.
Esta etapa es la que se está enfadado, rabioso con el mundo entero, nada sirve y la persona se siente invadida totalmente por el sentimiento de impotencia, de ira, de dolor insoportable.
Y al igual que en el proceso del enfermo, se repite la pregunta, de forma obsesiva, de por qué él o ella. Es un sentimiento de injusticia, ya que pretendemos justificar por qué unos deberían morir y otros no, como si hubiera en la vida una justicia que, según el comportamiento de las personas, eso tuviese un premio en cuanto a cuando morir. La rabia se dirige hacia personas que siguen vivas y que según nuestros criterios no son tan valiosas como nuestro ser querido. También la ira se dirige hacia Dios y pueden haber auténticas crisis de fe en las personas religiosas y creyentes. Se juzga a Dios como imperfecto, ya que permite que ocurran injusticias como la muerte de su amigo o familiar. Momentos en que la rabia ofusca nuestra realidad de juicio, y dirigimos esta energía intensa y potente hacia cualquiera que se nos ponga delante.
Aunque se nos haga difícil de estar con alguien que está en estos momentos con esa energía desestabilizadora, hemos de entenderla dentro del contexto del duelo y verla como una etapa muy sana, siempre y cuando no se extienda en el tiempo y se cronifique y tampoco se convierta en un peligro para el mismo doliente o para otros.
La rabia sabemos que por educación y culturalmente no ha sido una emoción permitida, y habitualmente fue reprimida e incluso castigada; por lo tanto, no va a ser ni a veces expresada por el doliente ni en otras ocasiones permitida por los que lo rodean.
Una energía emocional tan potente como es la ira o la rabia ha de ser expresada de alguna manera, ya que si no es un factor predisponente de enfermedad. Una rabia contenida, no permitida, acaba por dañar a nuestro cuerpo físico. Por eso es tan necesario en terapia que se potencie la expresión emocional y en particular la rabia a través de diferentes métodos.
Se dice que la rabia y la tristeza son las dos caras de la misma moneda. Y ocurre que se pasa de una a otra; sentir la rabia y al poco rato estar tristes y no comprender cómo sucede con tanta rapidez.
4 . LA CULPA Y EL MIEDO
La culpa es muy frecuente, sobre todo en las primeras fases del duelo, cuando todavía están presentes los últimos acontecimientos y lo que hubiese podido hacer y no hice.
Los autorreproches de haber actuado de otra manera a como se hizo y si eso hubiese cambiado algo de lo que ha quedado pendiente. La autoinculpación resta autoestima; es nociva para el individuo y causa de muchas enfermedades físicas por el castigo que suele llevar implícito.
Culpa y castigo suelen ir juntas. Al sentirnos culpables de algo que hicimos o que no llegamos a hacer, automáticamente nos autoinfligimos un castigo, sea con el reproche constante, sea en ocasiones con castigos como la depresión y otras enfermedades.
La culpa no tiene ninguna utilidad; para lo único que nos sirve es para tomar conciencia de algo que hicimos que no nos gustó y el aprendizaje de que eso ya no queremos volver a repetirlo.
Cuando el que hemos ofendido desaparece y entonces parece que no hay modo de repararlo, podemos caer en un castigo sin final. En terapia será muy útil el trabajo de la culpa, porque disponemos de herramientas que ofrecer al cliente para librarse de esa pesada carga.
El trabajo del perdón es una de las mejores maneras de tratar la culpa. La mirada compasiva hacia uno mismo con la que llegamos a reconocernos humildemente como seres imperfectos es un buen camino hacia el perdón. Con el tiempo, se van aposentando lo que habíamos enjuiciado como errores y vamos comprendiendo que no existieron tales errores, las cosas fueron como fueron y ya no se pueden cambiar, pero sí podemos modificar la percepción hacia ellas y llegar a la aceptación sin culpa.
El mensaje a transmitir es que «No somos culpables». La muerte del ser querido no ha sido por nuestros errores, ni tampoco influyó nada de lo que pudimos hacer, decir, pensar o sentir. La muerte es algo preestablecido en lo que no influimos de una forma directa. Está organizado en un orden superior del que solo somos personajes que interpretan su papel.
Es importante entender que no somos tan grandes como para pretender creer que influimos tanto en lo que les sucede a los otros.
El miedo suele ir al lado de la culpa, pudiendo ser una consecuencia de esta. Quizás por el miedo al castigo que conlleva la culpa.
5. NEGOCIACIÓN
Esta etapa es quizás la menos evidente dentro del proceso de elaboración del duelo.
A veces se da en grado mínimo y pasa desapercibida o es inexistente. Algunos autores la llaman etapa de «meseta», que representaría una etapa en la que la persona ya siente que el sufrimiento deja de ir en aumento, se estabiliza el dolor, permaneciendo a un nivel soportable. Se aprende a vivir con dolor.
Los pactos o la negociación se refiere a que la persona doliente se encuentra a veces negociando con Dios o con alguna fuerza externa, proponiendo cualquier cosa con tal de que se produzca un milagro y el fallecido reaparezca. Sería como un último intento, recurriendo a poderes superiores para que lo que ya se sabe no sea cierto.
Suelen ser pactos internos entre el doliente y lo que sea, pero que tenga la suficiente fuerza como para evitar lo inevitable, la muerte.
6. DEPRESIÓN-TRISTEZA
Nos referimos a un estado de quietud, de intimidad con uno mismo, sin ganas de estar afuera porque lo que necesita la persona son recogimientos. Un estado de tristeza con llantos frecuentes en el que el doliente ya ha entrado en la realidad de la pérdida y necesita de un tiempo para reposar todo el cambio que se ha producido en su vida. Un tiempo preparatorio para coger fuerzas y volver a integrarse en una nueva vida. No es un diagnóstico médico de depresión.
Cuando a una persona se le muere un ser querido, lo normal y sano es que le duela. Cuando hay que intervenir (y no con medicamentos) es cuando a la persona no le duele nada, cuando no siente nada por haberse muerto su padre o su esposo o su hijo. Eso sí que es patológico.
La depresión y la tristeza son unas grandes aliadas en el proceso de duelo, ya que nos van a permitir estar quietos y recogidos, sensibles y abiertos a nuestro dolor. El mismo cuerpo va a hacer que no tengamos ánimos para movernos mucho y que así estemos recogidos en el dolor, ahora menos intenso y más expresivo en cuanto al acercamiento a la aceptación de la realidad.
7. ACEPTACIÓN
Es la fase final del proceso de duelo y su objetivo principal. Cuando aceptamos lo ocurrido es cuando se considera que el duelo se ha resuelto de forma natural y sana y que la persona, una vez ha llegado a la aceptación, su vida ha cambiado, ha aprendido lecciones dolorosas, pero que le van a ayudar en su crecimiento personal y así en su nueva vida.
Es el estado en que la persona ya se ve capaz de reorganizar su vida sin la persona querida. Vuelve a reír, disfrutar, relacionarse con normalidad con el resto del mundo. Aceptar la realidad de las cosas de la vida, aceptarnos a nosotros mismos, aceptar las incontables pérdidas de las que se compone una vida humana, en definitiva aceptar.
El proceso del duelo finaliza cuando la persona puede recordar al difunto con serenidad e incluso rememorarlo con alegría por lo mucho que vivieron juntos y el agradecimiento por todo lo que aportó y que seguirá dándole, ya que sigue presente en el interior de la persona.
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Artículo elaborado de la lectura de la tesina de Ferrán Lugo Monforte. La terapia Gestalt en el duelo por la muerte de un ser querido. AETG, 2013.