Hay personas que llegan a la edad adulta sin amistades sólidas ni vínculos íntimos en los que sentirse acompañadas de verdad. Esto puede vivirse con la sensación de haber caído en un “pozo”, sin salida y sin esperanza de que las cosas cambien.
Aparentemente, a veces, permanecer en el aislamiento genera más beneficios que incomodidades: seguridad, control, evitar el miedo al rechazo. Son personas a las que les cuesta salir de su zona de confort. Sin embargo, este mismo mecanismo puede convertirse en una barrera que impide abrirse a vínculos profundos y duraderos.
Detrás de la dificultad para crear lazos suele haber una historia de aprendizaje con la familia. Tal vez fue un entorno donde la intimidad solo se vivía dentro del núcleo familiar, donde lo social se rechazaba o donde simplemente reinaba el aislamiento. Estos modelos se trasladan después a la vida adulta, condicionando la manera en que nos relacionamos.
Apego y soledad emocional
Un aspecto fundamental para comprender esta dificultad es el apego. Cuando en la infancia no hemos contado con una base segura —un adulto disponible, sensible y confiable—, crecemos con la sensación de que los demás no son del todo fiables. Esto genera apego inseguro, que se traduce en desconfianza, miedo al abandono o necesidad de autosuficiencia extrema.
Las personas con apego inseguro suelen oscilar entre dos polos:
- Evitar los vínculos profundos por temor a ser heridos o decepcionados.
- Buscar intensamente cercanía, pero con tanta ansiedad que terminan saboteando la relación.
En ambos casos, la consecuencia puede ser la misma: una fuerte soledad emocional, incluso cuando se está acompañado. La confianza en el otro —pilar del apego seguro— se convierte en un desafío, y eso limita la capacidad de construir amistades y relaciones íntimas.
Los tres instintos humanos y el equilibrio necesario
Además del apego, los seres humanos estamos impulsados por tres instintos fundamentales:
- Instinto de conservación: centrado en la seguridad y las necesidades básicas (comida, descanso, dinero, protección).
- Instinto social: orientado a pertenecer a grupos, sentir que se es parte de una comunidad y expresar las habilidades sociales.
- Instinto de intimidad (o sexual): enfocado en construir relaciones cercanas, de confianza y confidencia, donde se busca ser especial para alguien.
Cuando estos tres instintos no están equilibrados, la persona puede quedarse fijada en uno de ellos y dejar desatendidos los otros. Así, alguien muy orientado a la conservación puede sentirse seguro, pero profundamente solo; alguien demasiado enfocado en lo social puede rodearse de gente, pero sin intimidad real.
El camino de salida
Este desequilibrio puede trabajarse con ayuda profesional. Un proceso psicoterapéutico permite revisar la manera de vincularnos, reconocer las heridas de apego y aprender nuevas formas de confiar en los demás. Recuperar ese equilibrio no solo abre la posibilidad de crear amistades profundas o relaciones íntimas, sino también de experimentar una sensación de bienestar más estable y duradera.
La soledad emocional no es un destino inevitable, sino una señal de que hay aspectos internos que merecen ser atendidos.