Una de las preguntas habituales que aparece en mi consulta es: ¿cuándo ir a terapia de pareja? Muchas veces no es por una infidelidad, por la rutina o por los celos, sino por un tema que toca lo más profundo del proyecto vital de cada persona: tener o no tener hijos.
En ocasiones, lo que parecía estar claro durante años de relación empieza a tambalearse. Una persona puede descubrir, con el tiempo, que su deseo de ser madre o padre se despierta, mientras que la otra nunca lo ha sentido o no lo comparte. Este tipo de diferencias pone a la pareja en una encrucijada: seguir juntos implicaría renunciar a algo esencial, y separarse significa aceptar la pérdida del vínculo construido. Siempre se pierde algo.
Conviene recordar algo importante: en cualquier decisión de pareja siempre se gana algo y se pierde algo. Si eliges tener hijos, quizá pierdas libertad, tiempo o ciertos proyectos personales; si eliges no tenerlos, puede que renuncies a una experiencia vital significativa o a compartir la crianza con tu pareja. En la vida de pareja no existen decisiones sin coste, y aceptar esa pérdida inevitable es también parte de la madurez y del amor real.
La condición de las relaciones de pareja
Es importante recordar que las relaciones de pareja son condicionales: se sostienen mientras aportan bienestar, amor, satisfacción y permiten desarrollar un proyecto vital compartido. No funcionan igual que los vínculos entre padres e hijos, que suelen ser incondicionales y permanentes. En la pareja, cuando el equilibrio entre dar y recibir se rompe, la relación se resiente y pueden aparecer tensiones que, en ocasiones, llevan a la ruptura.
Por eso, cuando una decisión tan trascendental como la maternidad o la paternidad entra en juego, no hablamos solo de un “tema más”. Es un punto de inflexión que puede unir o separar.
El modelo de pareja: ¿qué nos une realmente?
Detrás de cada relación hay un modelo de pareja. A veces es explícito (formar una familia, compartir un proyecto profesional, disfrutar de una vida en común, crecer juntos…), pero muchas veces de ese modelo nunca se habla directamente. Aun así, suele estar presente en la forma de convivir, de tomar decisiones y de proyectar el futuro.
Algunas de las preguntas clave son:
- ¿Para qué estamos juntos?
- ¿Cuál es la motivación que nos une?
- ¿Qué lugar ocupan los hijos en nuestro proyecto de vida?
- Es más importante la pareja o los hijos.
Responder con honestidad a estas cuestiones ayuda a comprender si los caminos siguen siendo compatibles o si han tomado direcciones diferentes.
Las crisis como oportunidad o como final
Las crisis de pareja suelen aparecer en dos direcciones:
- Como una llamada al cambio, para que la relación se renueve, crezca y vuelva a generar satisfacción.
- Como el inicio del cierre de un ciclo, un aviso de que la relación ha cumplido su función y que tal vez ha llegado el momento de despedirse.
Ambos escenarios son legítimos, pero requieren valentía y diálogo. Forzar a la otra persona a cambiar de deseo vital, culpabilizarla o desvalorizarla no solo no acerca posturas, sino que erosiona el vínculo y genera resentimiento.
Cuándo ir a terapia de pareja
La terapia de pareja es recomendable cuando la conversación se convierte en conflicto constante, cuando las diferencias generan dolor y cuando la comunicación deja de ser posible sin reproches o ataques. Las parejas necesitan renovarse y oxigenarse; si no, se marchitan y mueren.
En este tipo de situaciones, la terapia no busca imponer una decisión, sino ofrecer un espacio de escucha, respeto y claridad. A veces, la pareja consigue reencontrarse y redefinir su proyecto. Otras veces, el proceso ayuda a despedirse de manera consciente, cuidada y agradecida.
Decidir si tener o no hijos no es un asunto menor. Es un tema que puede unir o desunir a una pareja incluso antes de que nazca un bebé. Por eso, acudir a terapia en este momento crítico puede marcar la diferencia entre vivir la situación desde el desgaste y la confrontación, o hacerlo desde el entendimiento y la responsabilidad compartida.